BLOG-TRAILER

sábado, 16 de septiembre de 2006

Miranda: segundo capítulo

(A Edith: alteridad, musa, fetiche, amante).

(A Lorena: fotógrafa y documentalista digital and my very own “Leander”).

En mi familia nos gusta pensar que estamos emparentados con Sebastián Francisco. Pero no con el “Generalísimo” de galas castrenses, sino con el hombre de mundo; el viajero; el bon vivant; el gastrónomo que incluía manjares lascivos en su dieta; el hedonista; el inquieto intelectual y lector consecuente; el esposo de su eterna Sara Andrews que atesora en Londres la soberbia biblioteca mirandina; el orgulloso padre de Francisco y Leandro, su primogénito; a quien honra bautizando el buque de 180 toneladas con el que desembarca en La Vela de Coro e impone, cual hombre pisando la Luna, “su” bandera venezolana (mi propia hermana, a la sazón, nace un 12 de marzo, honrando la fecha histórica que conmemora la primera “ondeada” al viento de la tela tricolor, pero, ojo, navegando en el “Leander”. La bandera izada en el asta soportado sobre territorio patrio data del tres de agosto de 1806).

Esa es la talla del Francisco de Miranda que nos enraiza ficcionalmente. Nada que ver con la estatua de la plaza homónima y ni siquiera con la avenida, que no es que lo desmerezca, pero en este particular preferimos pasar del urbanismo respectivo. Sin embargo, a mi hija Lorena y a mí nos emociona este homenaje pétreo cuya foto aquí publico: el apellido Miranda impreso en pleno Arco del Triunfo parisino, evidenciando la gratitud gala por el entusiasmo con el que suscribió los ideales libertarios de la Revolución Francesa este “Mariscal de los ejércitos del norte” que, en batalla memorable, venció a los prusianos.

Nuestro tatara-tatara-abuelo, si es que lo fuese, no requiere esculturas broncíneas ni ecuestres. Apenas el tributo de la memoria, fragmentaria, etérea, disoluta memoria. Yo, por mi parte, me niego a someterse a pruebas de ADN que pudiesen incriminarme con su gesta heroica. Yo, el antihéroe lector de antihéroes y autor de personajes antihéroes. Si sirve de algo esta minúscula evidencia: mi abuelo paterno, al igual que Sebastián Francisco, era masón. Por lo demás, hurgando en el escudo heráldico apenas descubro que provenimos de la Rioja, región de vino rojo sangre. Google earth me enseñorea con especificidad satelital mi gentilicio, plantándome en el mapa topográfico de Haro. Así es: Miranda de Haro, Carvajal, Yánez, Ybarra (omitiendo, por lo pronto, los apellidos maternos que me remiten a don Diego Luque, fiero inquisidor, colega de Torquemada). Averno suficiente que salda el karma de sucesivas generaciones.Caso contrario, reservo círculo en el infierno del divino Dante, decorado por Boticelli, al calor de mis reiterativos pecados capitales que, ahora y aquí, encarno a plenitud gozosa y plenipotenciaria. Amén. Per secula seculorum. Nihil obstat (latín de mi bachillerato en humanidades que, trío de décadas después, me sirve de algo). Fin de este post

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