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domingo, 10 de enero de 2016

Estación Espanto y Brinco (relato infantil de 1997)





En todas las ciudades del mundo, después de la medianoche, los trenes subterráneos, Subway o Metro, como se les conoce internacionalmente,  se convierten en un territorio divertidísimo de fantasmas, zombies, vampiros, duendes, brujas, diablos, monstruos, espectros y tantas otras criaturas fantásticas que tú ni siquiera podrías imaginar ni en las peores pesadillas de indigestión o noches de tormenta con rayos, truenos y centellas...
Las estaciones cambian no sólo de aspecto, sino de nombre. Estación Pánico. Estación Horrorosa-Horrorosa. Estación de la Quinta Paila del Infierno. Estación Laberinto. Estación Tumba sin Tapa. Estación Precipicio. Estación Hueco Negro. Estación Noche Oscura. Estación de los Muertos Sonrientes. Estación del Peligro. Estación del Alarido que Hiela la Sangre. Estación de los Atropella-2. Estación Muerte Lenta. Estación de los Bailarines sin Cabeza. Estación Esqueleto (que no vayan a confundir con la Estación Calavera ni con la Estación del Muerto que Salió a Pasear a su Perro Tuerto). Estación Espanto y Brinco. Estación Cero Dientes. Estación del Asco Asqueroso. Estación del Loco con los Ojos Afuera. Estación Pozo sin Fondo. Estación Tempestad. Estación para Salir Corriendo. Estación Huele a Quemado. Estación Pezuña y Sucio y Podrido. Estación del Susto. Estación del Tren que No Frena. Estación Gusanos, Serpientes y Culebras. Estación del Lobo con Hambre que nunca se Acaba. Estación Insectos Rastreros, Voladores y otras Alimañas. Estación del Miedo que va por Dentro. Estación el Sapo Come Moscas. Estación Cucaracha con Pelos. Estación El Bachaco Frito y, la peor de todas, la Estación del Terror, de donde nunca, nadie, ha vuelto.

Ah, y esos son sólo los nombres, pero todavía no les he contado nada  del aspecto. Primero, son oscuras, negras, re-negras como el fondo de una cueva oculta en el fondo del mar. Después son frías como si estuviéramos metidos dentro de un cubito de hielo en el interior del congelador. ¿Se imaginan?  Aunque, eso sí, son tremendamente entretenidas, ya que cada noche se celebra una fiesta distinta. Ayer fue la de los Hombres-Lobos. Hoy es la de los Vampiros y mañana será la de los Muertos sin Cabeza. Y las fiestas no son nunca en la misma Estación. Si no sabes la dirección, simplemente estás perdido.

Los Vampiros eligieron la Estación del Alarido que Hiela la Sangre. Decoraron todo el lugar con murciélagos fosforescentes y, para que los invitados como tú no tengan problemas, reparten lentes infrarrojos para ver en la más absoluta oscuridad. Los pasapalos son tequeños de sangre coagulada y las bebidas son leucocitos en las rocas o merengada de glóbulos rojos con plasma sanguíneo. ¡Debo decir que el Conde Drácula no ha envejecido ni un solo año y que Nosferatu tiene muy buen color...pálido!

Las fiestas más recordadas son las de la Familia Frankenstein. Siempre en la Estación Precipicio (la tienen reservada hasta que el infierno se congele). Usan relámpagos para iluminar y lo malo es que les llueve toda la noche, de principio a fin, aunque obsequian paraguas negros a los invitados para que no se les mojen sus vestimentas oscuras. La comida es muy variada, incluyendo alacranes y escorpiones rebozados, cangrejos de pantano rellenos de hormigas rojas y los deliciosos jugos de alimañas. La novia de Frank Stein es una excelente anfitriona, con su cabeza sujeta al cuello por dos tornillos, pendiente de que sus invitados se mueran del miedo y de la risa.

Las Momias hacen los mejores bailes. De hecho, durante cinco largas horas, desde las doce de la noche y hasta las cinco en punto de la madrugada, transforman la Estación del Tren que No Frena en la mejor discoteca de ultratumba. Con música que retumba en las paredes y pone a mover el esqueleto de quienes llevan más años muertos. Más de una momia ha perdido todas sus vendas, quedándose desnuda en plena pista de baile y teniendo que salir corriendo, rojita de la vergüenza.

La que no pueden perderse es la Fiesta de los Dragones, echando fuego por la boca, con cuidado de no quemar a nadie. Nunca tiene lugar en la misma Estación. A ellos les gusta variar y este año es en Huele a Quemado. Los invitados, por si acaso, reciben un extintor de incendios y un casco de bomberos al ingresar a la Estación. Aquí, desde luego, toda la comida es china y bastante tostada para mi gusto, pero no me quejo ya que siempre me divierto, aunque llego acalorado a la casa.

Ahora, la rumba más sonada del año es la de los Duendes del Centro de la Tierra. Aquí no hay monstruo que falte. La Estación del Laberinto se llena de velas y la emoción consiste en encontrar la salida (las malas lenguas dicen que hay invitados que llevan siglos perdidos, dando vueltas y más vueltas, cansados de comer pasteles de lodo reseco y beber saliva tibia de lagartija o sudor de piedras). El Grupo de los Topos Albinos Ciegos se encarga de la música y las avispas zumbadoras tararean sus melodías enloquecedoras y repetitivas, haciendo que las criaturas de orejas más grandes, como los chimphirintripintricpobnex o los tetrakaamigopapankrazhios se golpeen contra las paredes, tratando de dejar de escuchar los bzzzzzzz, bzzzzzzz, bzzzzzzz, bzzzzzzz.

Y para finalizar este cuento les tengo un chisme buenísimo: en la fiesta de ayer de los Hombres-Lobos, y es que había luna llena, Caperucita fue atacada por uno de ellos, quien le mordió una pierna. La niña de la capa roja se fue bravísima, indignada porque su abuela se quiso quedar en la fiesta, bailando con el fantasma del Pirata Pata Coja, un viejo barbudo que gira sobre su pierna de palo a una velocidad increíble. Estos son los bonches más bulliciosos, ya que los lobos aúllan como locos mientras cantan, danzan y celebran.

Un último consejo: ¡cuidadito con demorarte y quedarte atrapado, después de la medianoche, en cualquier estación del Metro!