BLOG-TRAILER

viernes, 26 de febrero de 2010

MIAMI: texto narrativo

"Siento el imperativo
de vivir como un salvaje"
(Gustave Courbet)
El tipo tiene pánico a volar, pero su trabajo se lo exige. Así que se atiborra de whisky full hielo y un chorrito de soda en cada trago, a lo largo de las cuatro horas de viaje en la maltrecha aerolínea nacional que ahora cubre, a precio de promoción permanente, las rutas foráneas de mayor demanda. El maldito avión está tan desvencijado ya que hace, seis días a la semana, el trayecto de ida y vuelta dos veces por jornada, con tripulaciones que se rotan obstinadas de la rutina. Es el mismo infierno para todos, en versiones y tamaños diferentes, de acuerdo a la profesión, al karma o a cualquier vaina que uno haga para ganarse la vida.

Oscar vive anestesiado consuetudinariamente por dosis regulares de alcohol, ficciones cinematográficas y nicotina, para poder soportar los rigores de su tránsito existencial, como le dice Margot, una morenaza espectacular que acentúa con exceso de maquillaje sus rasgos de gitana ilegítima. Colorrítmica y rimbombante, Margot es el hábito más puntual y añejo de este "negociador" que intercambia con ella cheques casi siempre sin fondo y obsequios importados por lecturas del tarot y masajes relajantes que terminan inexorablemente en explosiones sexuales intercaladas por breves siestas y comilonas de paella o pizza repartida a domicilio.

Tras un par de divorcios y dos hijas que se llevan siete años entre sí, Oscar se impuso no volver a correr riesgos sentimentales ni caer en trampajaulas afectivas, a excepción de Margot y, a lo sumo, una media docena corta entre amigos y amigas. Este mínimo y disperso conglomerado irreconciliable y variopinto, además de sus majestades satánicas -alcohol, cine y cigarrillos- constituyen los asideros vitales de este borderline o outsider, para decirlo en el mismo lenguaje anglo-efectista que manejan sus críticos cinematográficos predilectos.

Cuarenta veces al año, martes, miércoles y jueves, Miami es siempre lo mismo. René, el sempiterno taxista cubano que vivió en la Caracas cuatricentenaria cuando aquel terremoto fortísimo puso a bailar a toda la ciudad, derrumbando a las construcciones más rígidas que se negaron a seguir su ritmo, recogió al día siguiente todos sus macundales y se regresó a la little Havana de sus tormentos para radicarse allí, más allá del nuevo milenio. Un ciclón es un ciclón y uno sabe cómo guarecerse, caballero, pero un terremoto, cosa más grande, eso sí que no tiene remedio, eso sí que no se aguanta, qué va. El taxista ahora nacionalizado mayamero gesticula, muy a su pesar, en la mejor tradición dialéctica de un Fidel Castro venido a menos, cualquiera que sea el tema de conversación, cada vez que transporta a Oscar en el reiterado periplo aeropuerto-hotel-factories-hotel-outlets-hotel-aeropuerto.

El hotel queda en pleno downtown, cual ventajoso epicentro del tour laboral de Oscar. Es un tres estrellas discreto y sin ambiciones donde puede refugiarse quienquiera que pague la tarifa estipulada por una habitación que responde estrictamente al concepto gringo de practicidad y confort: gruesa alfombra manchada, desteñida y mullida; potente y ruidoso aire acondicionado que sabotea casi cualquier sonido externo; luminoso y húmedo baño con ducha que gotea sin remedio, gracias a una portentosa fuerza de agua (su salto angel particular, le comenta orgulloso Oscar al taxista cubano) y un madre televisor con control remoto empotrado en la mesa de noche anexa al box spring king size, desbordante de múltiples secreciones genitales, que le sirve de soporte, asiento, mesa y, finalmente, cama.

El jefe de Oscar, un viejo ingeniero judío despreciado hasta por los suyos, detesta viajar y delega tal función en el más antiguo de sus empleados, aceptando a regañadientes el monto de los viáticos como un mal necesario que se aminora una vez que se conforma el saldo siempre favorable de las transacciones. Hábilmente, el viajante se las arregla para lucir moderado en sus estipendios, presentando una impecable relación de gastos, pormenorizada hasta extremos que rozan el vicio por la precisión y el detalle, desatando la más profunda envidia genética y el iracundo celo profesional de contadores, auditores y toda esa raza que no reza, pero cuenta.

"Negociator" al fin, Oscar se las ingenia para sacarle provecho a los viajes y carga, entonces, con todo tipo de mercancía que su amiga Estela revende a precios obscenos, en cómodas e implacablemente sucesivas cuotas quincenales, a sus compañeros de oficina. Pero es Caridad, la esposa de René, con su amplia y estruendosa carcajada de doscientas cincuenta y nueve libras en un metro cuarenta de estatura, quien le sirve de guía al marchante caraqueño en sus intensas expediciones a la caza de baratijas, gangas, rebajas, sales, descuentos, remates, liquidaciones, novelties y oh-fertas. El taxista cubano, otrora contador público egresado de la universidad de la-vana, mi sangre, tú sabes, con aquellas escalerotas, vaya, una metáfora de los peldaños académicos que conducen inexorablemente hacia el éxito en una travesía ascendente, ese mismo licenciado Fernández, pues, intenta insistentemente distraer al oscarcito de tamaños menesteres de rebusque y regateo para llevarlo a conocer el placer siempre renovado e indescriptible de un par de hermanitas jineteras sobrevivientes de Mariel, ex-bailarinas del Tropicana y hoy stripers, go-go-dancers de poca monta en un puticlub cualquiera, invitándolo -es un decir, el venezolano debe pagar por los (ta-barato-dame) dos- a revolcarse, sudar y ejercitarse en el más puro y enardecido idioma cubano. Su hipocondría, herencia de Howard Hughes, argumenta, le impide hacerlo. Pero qué clase de comemierda es éste, murmura entonces para sí el añejo habanero encabronado.

Su interés por el séptimo arte -obsesión que capitaliza la mayor parte de su entusiasmo, esfuerzo, tiempo y dinero- lo mantiene ocupado y a salvo del desasosiego. Oscar se jacta de una antología en video de 1296 películas donde destacan las diez que rescataría de la extinción nuclear; las clásicas; las bizarras; las irrepetibles; las inteligentes; las precursoras; las espectaculares; las tremendistas; las de autor y, así, un largo e iconoclasta etcétera, clasificadas en su computadora -con múltiples respaldos- por director; año de filmación y fecha de estreno; protagonistas; temática; referencias, influencias y valoración crítica, organizando frecuentemente mini-ciclos intensivos del nórdico Jan Kadar (A la deriva, 1974) o las distintas versiones de un mismo guión u obra literaria, en los que sus escasos invitados pagan el ticket de entrada con generosas raciones de bebidas, pasapalos y delicatesses. La espaciosa sala-comedor de Oscar, decorada con inmensos afiches fílmicos conmemorativos y paredes enteras forradas de estantes repletos de videograbadores de distintos formatos y marcas para hacer transferencias, cajas de cassettes y toda una biblio-hemeroteca especializada, con sus tres confortables sofás de tres puestos y su impresionante sistema home-theater con pantalla gigante y sonido cuadrafónico dolby, lo hacen placentero, posible y plausible.

Accidentalmente, tal y como ocurren estas cosas, el festival fílmico de Miami y Oscar coinciden en uno de sus viajes. Así, el cinéfilo criollo predestinado por su nombre de galardón celuloidense enloquece, abandonando sus responsabilidades habituales de compra/venta, para sumergirse tres veces al día en la cómoda y balsámica oscuridad propiciatoria de diversas salas contigüas. El concepto multiplex lo absorbe y encandila. Películas transculturales, hispanoparlantes, reflejos deslumbrantes de otras vidas. Operas primas, cine-foros, retrospectivas. Las endorfinas se disparan, sus ojos lagrimean, el placer se percibe como una satisfactoria y desconocida sensación de insensata felicidad permanente que agobia cuerpo y alma simultáneamente. Lo más parecido a un estado de gracia. Gracias, dios mío, ahora hasta parece que existes.

Superando su temor manifiesto a mezclar personalidades contrastantes, sus amigos, al fin, nos hemos conocido ante la falta sostenida, in crescendo, de noticias suyas. Hace ya tres meses de su última ida a Miami y aún no regresa. Oscar no da señales de ninguna clase. Missing, black out, corte violento. Su apartamento permanece impecablemente cerrado y su cine-museo-colección acumulando ausencia. Extrañamos sus llamadas telefónicas larguísimas, sus e-mails epilépticos, sus faxes inconclusos enviados en la madrugada. Su jefe mantiene una calma inquietante. Sus ex-esposas se agrian por la omisión de sus intermitentes depósitos bancarios. Sus hijas sorprenden con sus miradas serenas y respuestas ambiguas. Nosotros nos escrutamos esperanzados, sin atrevernos a mencionar el término complicidad filial que ilumina nuestras expectativas en torno al devenir oscariano que ametralla nuestra incertidumbre. En sucesivos encuentros que incrementan su frecuencia, Margot, Estela, Olga, Gerardo, Luis y yo escribimos, a doce manos, el guión virtual de una película fuera de foco donde Oscar gana el premio gordo del lotto florida y se hace cargo de varios millones de dólares, impuestos aparte. ¿Cuál de tus films favoritos estás protagonizando? Sobredosis de alcohol, nostalgia y nicotina ahogan nuestras tertulias -a tu salud, coño, amigo- mientras tanto.

jueves, 25 de febrero de 2010

Etimología apócrifa

El tan mentado vocablo "hijo de puta" proviene de la mitología griega, cuando Zeus anatemiza al filántropo Prometeo, llamándolo "hijo de Jápeto"; con el transcurrir del tiempo, aquello degeneró fonéticamente en "hijo de puta".
Lo auténticamente auspicioso de la mitología es que siempre podemos remitirnos a ella en busca de referencias, antecedentes, reminiscencias, invocaciones e inspiraciones variopintas. ¿No es acaso Pandora un antecedente preclaro que catapultó la ficción de Mary Shelley en Frankenstein? ¿No era acaso la mitología el google jurásico?

domingo, 7 de febrero de 2010

PRECIOUS: la ficción cual mecanismo de supervivencia

Al bueno de Carlitos Darwin se le olvidó agregar la ficción como mecanismo primigenio de supervivencia. Gracias a mi DVD-dealer acabo de ver el film en mi tele barrigona. La zoociología (sic) resulta igual de fascinante que perversa. Reitero la frase de Umberto Eco: "dios se divierte como un loco". Ah, men (sic).