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viernes, 22 de septiembre de 2006

Martin Amis: contra la anestesia

Mi encontronazo con el novelista británico Martin Amis fue hace poco más de una década a través de sus libros "Dinero" y "Exito". Narrativa minimalista, cruda, con personajes-narradores que ostentaban una biografía ¿fisiológica? A uno, como lector, le costaba desprenderse de esas páginas que te salpicaban su inventario de secreciones diversas. Antihéroes magníficos que incentivaban el insomnio de tus más vergonzosas empatías. Ahí está ese par de títulos, sobrevivientes de todas mis mudanzas, en mis tres tristres estantes de madera de pino barnizada, cuales cactus puyúos de libros infrapoblando el largo y angosto pasillo del apartamento de arquitectura perezjimenista que conduce de la sala/comedor/bufete donde bloggeo a otro minúsculo aunque obeso corredor saturado de puertas que te llevan o a la batea o al baño o a los dormitorios.

Decido, pues, reproducir esta entrevista publicada en www.elpais.es que me agradó harto encontrarme.

Pregunta. Ha escrito que lo autobiográfico ha marcado buena parte de la ficción en los últimos años. ¿Sigue siendo así?
Respuesta. Si hubiera que destacar una característica en la literatura que se escribe hoy sería la diversidad. En temas, momentos y espacios. Es cierto que lo autobiográfico, y también la historia, siguen siendo motores esenciales que alimentan la ficción actual.
P. ¿Cómo cree que han afectado los atentados a personajes como los de Dinero, con ese nihilismo despreocupado y perverso?
R. El estado en el que vive buena parte de la juventud es semejante al del que acaba de ser anestesiado con novocaína. Están anestesiados. Y un acontecimiento de esas características refuerza aún más esa sensación. Así, hay muchos jóvenes que llenan su cuerpo de imperdibles o que se autolesionan haciéndose cortes en los brazos por ese afán de romper con esa anestesia general. Pero no es fácil, y siguen arrastrados a una vorágine de compras, consumo, sexo y fiestas que pone entre paréntesis todo lo demás. Van de un lado a otro, su horizonte único es el presente.
P. ¿Qué hay entonces del futuro?
R. La historia se ha acelerado de manera vertiginosa. Ya no hay tiempo para detenerse y observar lo que ocurre, y por eso la poesía está muriendo. Todo va demasiado deprisa, no se puede parar.
P. Los discursos sobre Dios ocupan cada vez mayor lugar. Ahí está el reguero de protestas que han desencadenado los comentarios del Papa sobre el islam. ¿Hay una vuelta a la religión en estos tiempos inciertos?
R. No creo que ocurra nada de eso en Europa. Creo que aquí enterramos a Dios y nos dimos cuenta de que se vive muy bien sin él, sin sus dones y sus exigencias. En América son, en cambio, muy religiosos, aunque la situación puede resultar paradójica. Hace poco estuve en Las Vegas. Y si hay un lugar en el mundo que no tenga nada que ver con el islam ese lugar es justamente Las Vegas. Los fanáticos islamistas han desencadenado su furia porque no aceptan nuestra manera de vivir. No toleran lugares como Las Vegas. Y no aceptan la emancipación de la mujer, por ejemplo, que les resulta intolerable.
P. Tampoco los hombres de Occidente han asimilado bien la liberación femenina, aunque de manera muy distinta. Es un tema, el de las actuales relaciones entre hombres y mujeres, que recorre sus libros más recientes.
R. En el libro que estoy escribiendo ahora vuelvo sobre este asunto. Se llama The pregnant widow (La viuda embarazada) y arranca de un comentario del pensador ruso Alexander Herzen que decía que cuando se produce una revolución y ha de empezar un nuevo orden, hay un periodo de tiempo en el que la mujer ha quedado embarazada, el padre se ha ido ya pero el hijo no ha nacido todavía. Es lo que ocurre con la revolución feminista. Llevamos como dos tercios del embarazo, pero los cambios definitivos no se han asentado todavía. Las mujeres han acumulado mucho poder a costa del hombre, en una verdadera revolución de terciopelo, pero siguen insatisfechas porque siguen ocupándose de la casa. Hace falta que los cambios continúen.
P. También en el panorama literario se han producido cambios. Ya no parece fácil compartir una escala de valores y pronunciarse sobre la calidad de lo que se escribe.
R. Lo que no tolera la sociedad actual es que pueda haber una suerte de élite en el mundo literario. El afán de allanar las diferencias, de buscar una nivelación, de manifestar que todos pueden hacer lo mismo puede a la larga terminar con este trabajo. Lo comentábamos hace poco con unos colegas en Boston: la literatura tal como la entendemos se ha acabado, no existe. Todo viene del radicalismo del 68, donde se defendía que no hay opiniones superiores, que todos valemos lo mismo. Pero el talento no se reparte de manera igualitaria. Algunos lo tienen, otros no. Eso se respeta en el mundo de la ciencia, pero no en la historia, la novela o la sociología. En esos campos se da por hecho que todos valen lo mismo.
P. El mercado y los medios de comunicación pueden haber colaborado en este fenómeno al rendirse ante las grandes campañas de autores que tenían todavía mucho que demostrar.
R. Cuando empecé, publicaba mis libros y como mucho aparecía alguna reseña. A partir de los ochenta, empezaron los viajes, los hoteles, las entrevistas, las fiestas. Esta revolución de minibar que tanto está afectando a los escritores jóvenes. Antes nos poníamos a escribir porque teníamos dentro algo que tenía que salir fuera. Ahora muchos autores publican para salir en televisión.

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