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jueves, 10 de agosto de 2006

Desnudos de museo

Este fotógrafo cojonudísimo que es Spencer Tunick desnudó de nuevo a la gente, pero esta vez al calor del museo de Dusseldorf y a la sombra luminosa de lienzos hermosísimos, pletóricos –algunos de ellos– de gloriosas epidermis. Exhibición de geografías humanas, demasiado humanas, que le agradecemos a Tunick, sobretodo cuando hace poco, aquí mismo en Caracas, embelleció nuestro downtown por unas horas, poblando de soberbios cuerpos desnudos (altos y flacos al estilo del Greco; generosamente obesos parafraseando a Botero; jóvenes de la tercera edad desafiando la fatiga de materiales; ensortijados y podados céspedes de vello púbico; pieles voluntariamente tatuadas e impolutas de piercing alguno; todos, manifestándose púbica y públicamente contra la ley de gravedad newtoniana que persiste en anclarnos a nuestras huellas). Desnudos: tal es el traje del emperador y la auténtica bandera que nos uniforma, nos diversifica, nos place, complace, eterniza. Obras de arte bípedas. Edén expropiado por hombres y mujeres a las minúsculas deidades que se decían sus dueños. Paraíso in terra donde degustamos todos los frutos, sin prohibiciones ni dictámenes. Himno fisiológico que resuena entre paredes de museos y aposentos disímiles. Imanes unos de otros que somos para complementarnos y satisfacernos. Belleza impronunciable que deleita pupilas, neuronas, textos, lienzos. Irrenunciable identidad sin atavíos la de nuestros cuerpos.

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