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jueves, 1 de marzo de 2007

Vargas Llosa, Holderlin y yo firmando libros en la Feria Literaria UNIMET este 29-02-2007

No pude evitar, de ninguna manera, que mis editores hicieran coincidir la firma de mis tres libros más recientes a la misma hora de este 29 de febrero. Así me tocó correr del stand de Monteávila (en el tercer pasillo a la izquierda) al de Editorial San Pablo (justo en el epicentro del recinto ferial), hasta el extremo sur donde se había instalado la librería del Ministerio de Cultura.

Me sugerí dosificar el surrealismo ¿mágico? calzándome mis añejos aunque comodísimos zapatos deportivos para poder itinerar mis firmas de un stand a otro. Con ayuda de un cronómetro y del plano de la “Expolibro”, esbocé una estrafalaria estrategia de raudas idas y venidas entre los tres puntos que exigían mi presencia. Acaricié la idea de subcontratar a un par de amigos que también usan barba y anteojos, pero mi ego infla(ma)do enseguida me conminó a desechar tal afrenta.

Me inventé un brevísimo garabato ilegible para poder firmar deprisa, deprisa (cual el film homónimo de Saura que no termina felizmente) y, eso sí, no podría demorarme en prodigar dedicatoria alguna, ni siquiera al público infantil. El automatismo ¿autográfico? consistiría en:
1- recibir el libro;
2- sonreír con fugacidad;
3- firmar y fechar en Caracas;
4- retornar el libro a manos del lector;
5- repetir la rutina una docena de veces por stand y
6- salir corriendo al siguiente puesto de firma.

Toda esta logística portátil tenía un agujero: cuál excusa temática debería yo esbozar ante cada uno de mis tres editores (y audiencias lectoras) para intentar justificar el “literatón” emprendido tras cada docena de firmas. La incontinencia urinaria sonaba muy poco elegante y no se me ocurría ninguna otra cosa (además, a tal fin existen esos pañales acolchados extra-absorbentes para los eternos candidatos políticos en gira con el eje terráqueo).

Para mayor inri, entre mis desplazamientos iba yo adquiriendo libros con los que erigía pequeños montículos irregulares que abandonaba en cada uno de los stands de mis tres editores.

Durante mis zig-zags de correcaminos errático, el fornido personal de seguridad empezó a mirarme raro, haciéndome señas de fiscal de tránsito hiperbólico, armados con sus walkie-talkies por donde emiten sus bizarras jergas inquietantes:

—Dragón subdesarrollado otea a disfuncional sujeto sudoroso en desplazamiento disímil.

—Copiado, aquí perro andaluz listo para obnubilar actos de pillaje intertexto.

Desde una valla tridimensional que promociona la enésima reimpresión de “La tía Julia y el escribidor”, Pedro Camacho me (ex)tiende su mano franca, rescatándome de los esbirros que me acechan con su metalenguaje fulminante.

Impostando la voz en un timbre curiosísimo que alterna sobresaturaciones de semitonos graves y agudos, comienzo a actuar en una de sus radionovelas alucinantes, seguido muy de cerca por Eleuterio y Eleonora, mis personajes paquidérmicos de “El baile de los elefantes”.

En plena pausa comercial, el mismísimo Noé se queja de la inclemencia del diluvio que bambolea su Arca en mi “ABZOO”, exigiéndome recortar el abecedario para llegar antes a tierra firme, pues tiempo ha que se le agotó su acaparamiento con provisión (sic) y alevosía de medicamentos anti-mareo, anti-vómito y anti-flatulencia. Pero apenas se trata de una cuña de seguros contra todo riesgo, vaguadas y tsunamis incluidos (de todas formas le aconsejamos leer las letras pequeñas de la extensa póliza extensiva a familiares consanguíneos, mas no políticos).

Antes del noticiero de las seis, la última radionovela de la tarde me deja encerrado en el ascensor de mis ficciones (¿fis micciones?) con Pacífica y Ernesto. Está oscuro, no se puede ver nada, pero no sabré yo de qué va la vaina. Me cito, pues, textualmente:

VOZ MASCULINA: (TONO SERENO)
–Tranquilícese, señora. No pasa nada. Esto es sólo un apagón. Cuando vuelva la luz el ascensor abre sus puertas.

VOZ FEMENINA: (ALTERADA, NERVIOSA)
¡Cuando vuelva la luz! ¿Y si no vuelve hasta mañana? ¿Y si el ascensor se cae? ¿O si se abren las puertas entre dos pisos y lo que tenemos es una pared frente a nosotros? ¿Y si hay un incendio o un terremoto? ¡Ay, no, dios mío! ¡Además, señor, yo a usted ni lo conozco!

VOZ MASCULINA: (PROTOCOLAR)
–Cierto. Déjeme presentarme. Me llamo Ernesto Zambrano. Soy ingeniero y tengo mi oficina en el último piso.

VOZ FEMENINA: (APENADA)
Ay, discúlpeme, señor Zambrano...

VOZ MASCULINA: (ENCANTADOR)
Ernesto, por favor.

VOZ FEMENINA: (FORMAL)
Ah, yo soy Pacífica. Pacífica López de Serrano.

VOZ MASCULINA: (CASUAL)
Perdóneme que se lo diga, Pacífica, pero usted no le hace honor a su nombre.

VOZ FEMENINA: (BAJANDO LA GUARDIA)
–¿Verdad? Eso mismo dice mi esposo. Que yo debería llamarme inquieta, guerrera, turbulenta. ¿Sabe lo que pasa? Es que yo soy acelerada, muy nerviosa. Hasta creo que soy claustrofóbica. Y para colmo de males, mi móvil no tiene señal aquí adentro.(SU MÓVIL ILUMINA TENUEMENTE SU ROSTRO).

VOZ MASCULINA:
–Ni el suyo ni el mío. (EL MÓVIL DE EL ILUMINA AHORA SU ROSTRO. LOS DOS SONRÍEN Y SE APAGAN LAS LUCES DE AMBOS TELEFONOS). Me temo que ningún móvil tenga cobertura aquí adentro.

VOZ FEMENINA: (IMPACIENTE)
Ay, no diga eso, Ernesto.

VOZ MASCULINA:
Mire, Pacífica, este edificio es muy viejo. Me atrevería a decir que es uno de los más antiguos de Caracas. Y este ascensor donde nos encontramos es el original, instalado en esa misma época. Los repuestos ya casi ni se consiguen. Imagínese que Don Diego de Lozada lo inauguró por allá en el año de mil quinientos y tantos.

VOZ FEMENINA:
Usted sí es exagerado.


Dentro de ¿30 páginas? tendré que improvisar algo o plagiarme a mí mismo y readaptar ese parlamento tan pendejo pero que, no sé exactamente por qué, a mí me gusta tanto. Diré entonces algo semejante a esto:

—Oígame bien, Pacífica, ¿usted como que no se ha leído a Hölderlin, ese poeta alemán que estaba más loco que el carajo?

5 comentarios:

Anónimo dijo...

METAFICCION

Anónimo dijo...

Pero, ¿en cuál bitácora me encuentro?

Pike Bishop dijo...

También podías utilizar para justificar tus ausencias en las casetas la excusa de "voy a echar un trago que de lo contrario no soy persona", moralmente reprobable en cualquier profesión excepto en la de escritor.

inespoe@gmail.com dijo...

Pues me ha gustado la historia ; barroca, metaficcional.Sobre todo el final...

Mira debiste decir (¿o dijiste?), no recuerdo, que las manos de Pedrito Camacho eran chiquiticas.

Leí hace poco "la tía Julia y el Escribidor", me encantó tanto que la volví a leer, y además, me puse a investigar y me enteré de la existencia de "Lo que Varguitas no dijo": ¿alguien podría decirme si ese libro salió de circulación? Yo lo encontré por una coincidencia de la vida y lo leí, me dejó capciosa el asunto después de haber leído el libro que no deja, por cierto, muy bien parados al escritor Vargas Llosa ni a su esposa Patricia.
Saludos!

©Javier Miranda-Luque dijo...

Biblioficción, pues.

Para mí, Pedro Camacho es uno de los personajes más sabrosos de la narrativa iberoamericana.

Agradezco la gentileza de las visitas y comentarios.