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viernes, 17 de noviembre de 2006

Carta de un san Nicolás tercermundista

"Querido San Nicolás:
llévate mis tarjetas de crédito y, con ellas, todas las deudas"
(Tarjetahabiente venezolano)

Caracas, Navidad del 2006

Santa Claus Incorporated.
Sucursal Venezuela.

Mis más queridos Regalo-Recibientes:

Les escribo, por primera vez en mi vida, rompiendo la acostumbrada tradición milenaria de ser yo quien recibe sus cartas y no al revés. Pero es que la situación se me ha vuelto insostenible y soy yo, entonces, quien en este trance se dirije a todos Ustedes, invocando su comprensión, para decirles que este año no estoy en capacidad de poderle obsequiar ningún regalo a nadie. Sí, leyeron bien. No hay en esta carta, revisada minuciosamente por mí, errores de redacción, impresión ni interpretación. Mi comunicación es escueta, clara y concisa. Al igual que los avisos de cobro, nada le sobra y nada le falta. Me veo obligado a reiterar que este año no hay regalos de mi parte.

Espero que por lo menos algo les sirva de consuelo y es que no les voy a embargar los regalos que les traje en años anteriores, aún cuando la inmensa mayoría de ustedes se viene portando de mal en peor año tras año. Así que tranquilícense, pues, y continúen disfrutando como locos sus contestadoras telefónicas con control remoto, sus celulares manos libres y sus poltronas masajeadoras reclinables de puro cuero de macho cabrío castrado durante el plenilunio.

Ahora, eso sí, tengan presente que esta promesa de no-embargo a lo mejor pierde su vigencia el año que viene, porque esto no lo decido yo, sino la Junta Directiva, ustedes saben, con sus sopotocientos chairmen on-off the board que operan desde "overseas" e incluso más allá. Y es que yo, en el transcurso de los últimos años, me he visto a mí mismo pasando de Santa Claus saudita a Papá Noel del subdesarrollo, me he convertido en un San Nicolás tercermundista y devaluado. Me he venido, como la clase media a la que pertenezco, cada vez más, a menos.

Pero permítanme darme ánimo, elevarme mi auto-estima, mimarme un poco (yo-me-mí-conmígo, en estos momentos me hace falta ,¿saben?) y explicarles que este es un problema global de todos los gerentes regionales, "local managers" como nos dicen y es muy posible que de aquí nos trasladen a mi esposa y a mí (ambos somos empleados de la empresa con contratos no rescindibles a muy largo término) a Tanganika o Timbuctú (ahora nos toca la letra "T") y la estamos ligando para que, con muchísima suerte, nos manden directo a Texas.

Y, por favor, no vayan a pensar que dejé esto de la carta para última hora, como sacándole el cuerpo al asunto ni mucho menos. Lo que les voy a contar es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad de cómo me enteré, de golpe y porrazo, acerca de lo extremo de la situación que venía afectando, incluso, a nuestra sólida empresa transnacional con ramificaciones en todo el mundo y sede permanente en el Polo Norte. Fíjense que en nuestro consorcio de empresas siempre hemos sido gente útil a su disposición (a la entera y exclusiva disposición del más pesado y barrigón de todos, del big fat, big boss, grandísimo hijo de Utah, inmensa bola de miércoles, the biggest pig, big brown bag brother, ¡brrr!).

Imagínense que hasta el fiel y viejo Rudolph, que en la versión Venezuela no es un reno sino un terco y obstinado burrito sabanero que responde al nombre de Rubén, me puso la renuncia la semana pasada, argumentándome que su sueldo más bono y prestaciones no se acercaba, ni de lejos, a la inflación galopante. Y cuando traté de explicarle convincentemente aquello de la indexación salarial el que se puso a rebuznar fui yo. Así que, con mi burrito sabanero se me fue todo el dinero, pues le tocó un cheque de ocho cifras por concepto de liquidación. Si me ven, si me ven, voy camino del terraplén.

Vamos a ver si me entienden de una buena vez y para siempre: estoy quebrado, al borde de la carraplana, traspasando la raya amarilla y en peligroso desequilibrio al filito del andén del Metro y allá viene el tren. Estoy en llamas, con el agua al cuello, igualitico que los deudores hipotecarios. Todos y cada uno de mis instrumentos financieros (cheque-ahorro, cuenta corriente, activos líquidos, fondos mutuales, letras del tesoro, certificados quirografarios, bonos al portador) y tarjetas de crédito (doradas, platinadas, cromadas, desteñidas, ilimitadas) han sido cancelados y rotos en pedacitos cuando me atreví a usarlos hace apenas un rato.

Intenté usufructuar el tele-cajero y empezó a sonar una alarma. Mi pronunciada barriga dificultó mi huída y casi me atrapan en el intento. Me comuniqué con todas las instituciones financieras, vía fax, e-mail y teléfono, y el resultado fue el mismo: "no hay nada que hacer, usted está sobregirado, sus referencias no son buenas, sus cuentas han sido canceladas y su crédito no funciona". Los telegramas, llamadas telefónicas y correspondencia postal con advertencias no se hizo esperar: "pague lo que debe, de inmediato, ahora mismo, ya, rémora, mire los intereses de mora y demora".

Si hasta pasé la vergüenza de mi vida en el hyper-ultra-club de mayoristas donde acostumbro comprar año tras año, cuando después de llenar 356 carritos extra-grandes de supermercado con cualquier clase y cantidad de juguetes, adminículos, novedades y accesorios de electrodomésticos, línea blanca, comunicación satelital e informática, tuve que devolverlo y colocarlo todo en su sitio ("a guardar, a guardar, cada cosa en su lugar", me cantaba el gerente burlonamente y con sarcasmo). Recuerdo que mi cara se puso más roja que mi uniforme y entre lo níveo de mi barba, mi obesidad desbordante y la tela rojiblanca, ya nadie lograba diferenciar cuál era mi rostro y cuál era mi...

Créanmelo o no, la tinta de la impresora ya se me está acabando y no quisiera despedirme sin desearles unas felices fiestas en compañía de la familia, cosa que, en cualquier fecha, es lo más importante. Deseo que sepan que mi estadía en Venezuela fue extraordinariamente agradable y que, aunque los voy a extrañar, mi esposa aprendió a tocar cuatro y a cocinar, casi tan bien como ustedes, el pabellón, las arepas, el chivo con coco y las hallacas. Ah, cuando le den algún regalo a alguien, háganlo en mi nombre, para que la tradición no se pierda, ya ustedes saben. Me voy a remojar mi barba a otra parte, cantando villancicos, gaitas y aguinaldos. ¡ Y qué carrizo: Feliz Navidad ! Eso nada ni nadie, nunca, no los puede quitar...

Atentamente,
Nicolás Santos
-mejor conocido como San Nicolás-

2 comentarios:

El Trimardito dijo...

jejejeje!! Me reí, pero reflexioné también es que definitivamente este mundo se ha vuelto un ocho.

Anónimo dijo...

A diferencia de este descastado, nosotros tres no tenemos problema alguno de disponibilidad financiera, así que nos ofrecemos gustosos a asumir la "cartera" de clientes del viejito gordo (¿quién le manda a vestirse de rojo?).

Atentamente, Melchor, Gaspar y Baltasar.