
Y es que me encuentro con esta noticia en la deliciosamente desfachatada prensa digital española, que me conmina a ventilarla:
http://www.20minutos.es/noticia/220732/0/codigo/conducta/bloggers/
El caso es que un par de anglos (ya verán precisamente quiénes) se sintieron irritados con determinados contenidos de la blogosfera y proponen, entonces, aplicar mecanismos de moderación, censura, borrón e inquisición nueva.
Sin mayores clicks ni circunloquios, aquí reproduzco el comentario que, suscrito con todos mis datos, dejé al respecto:
¿Qué demonios significa ese calificativo absolutamente sesgado y unidimensional de "desagradable"?
¿Cuál tribunal inquisitorial va a decidir por mí y por cualquier internauta que un portal web o bitácora sea "desagradable"?
¿Es que resucitó Walt Disney y se ha comprado ahora internet?
Aquí va MI OPINIÓN (que no deseo imponer a nadie, sino apenas compartirla y airearla):
—Nadie puede decidir por mí a cuáles contenidos voy a acceder.
—Si no me "agrada" algún contenido encontrado durante mi "navegación" en la web, pues sigo adelante y ya está.
—Jamás voy a proponer prohibir ni excluir ni censurar ningún contenido por cutre, facha u hortera que sea (con "suprimir" los comentarios que me apetezca quitar de mi blog, yo tengo suficiente).
—Sí concuerdo en que cada quien asuma su "identidad electrónica" y se desaliente el anonimato, simplemente no publicando ningún comentario suscrito sin correo electrónico y nombre de usuario registrado.
2 comentarios:
Me parece que con el séptimo mandamiento de tu link tendríamos más que suficente: "No digas en internet lo que no puedas decir a la cara".
Los años 90 nos hicieron creer que la web sería la próxima utopía. Ahora sabemos que no es más ni menos que una ventana veloz a nuestras mayores maravillas y nuestras más desoladas miserias.
Por cierto, qué maravilla de imagen la de tu post: siempre me pareció obvio que Walt Disney tuvo que ser un pedófilo.
No es que sea mejor, pero prefiero la honesta monstruosidad del Humbert Humbert de Nabokov.
Un abrazo, Javier.
No sé si pedófilo, pero el gallego arrepentido que era Disney (o lo sigue siendo en su terquedad criogenizada), siempre me resultó un personajillo funesto: jefe mezquino que maltrataba a sus asalariados, además de su intención de estandarizar el mundo según sus cánones cutres y horteras.
Disney era un churrigueresco de la cursilería destinada a intelectos no infantiles, sino infradesarrollados.
Y, por supuesto, resultaba obvio que este emporio tuviese éxito masivo y mediático.
La factoría Disney produce carbohidratos y triglicéridos neuronales: menú favorito (e hiperadictivo) de analfabetos orgánicos, funcionales.
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