Aquí abajo, hace siglos que la gente dejó de ser buena conducta. Antes hablaban pasito, no corrían ni empujaban, guardaban la basura en sus bolsillos. A lo mejor piensan que, bajo tierra, dios no puede verlos. ¿Será por eso que se muere tanta gente? ¿Para dejar de ser espiados hasta en el recreo? Porque me imagino que dios no entra al baño. Táima, pues, diosito, mira que tengo retortijones. Así que coge consejo y quédate en la puerta, oliendo pa’ otro lado.
Aquí abajo, la estación más dura es Capitolio. Al túnel de interconexión lo llamamos el maratón. Los varones de mi familia arrebatan y vuelan. Es una carrera de relevo donde se pasan propiedades ajenas. De mano en mano y bajo la falda de la prima Doris. Alcancía gorda como carpa de circo. Prefiero Palo Verde en horas pico. Confundiéndome entre pasajeros que salen pisoteando la raya amarilla y “entren que caben cien”, cantaba Héctor Lavoe, “cincuenta parao(sic), 50 de pie; oye, Ruperto, que paren la puerta; oye, que caben, que caben bien”.
Aquí abajo, la música es pésima. Diyéis demodados demonizan el ritmo. Degeneran el techno. Hip hop exento del bass cardíaco que incendiaba las noches del cerro. Y Caracas a sus pies. Perra dormida. Huesuda. Pero sin amo.
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