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martes, 20 de octubre de 2009

Y BEBIERON FELICES PARA SIEMPRE

http://ybebieronfelicesparasiempre.blogspot.com/

Al igual que los perros, he agarrado la costumbre de orinar las paredes de los apartamentos donde vivo (“cardo ni oruga cultivo”, rimaba el vate Martí), marcando mi territorio con ese hedor amarillento que varía en concordancia con los líquidos que he ingerido: la cerveza negra tiñe las canas de mis micciones y produce una espuma densa en sus meandros; el whisky escocés 12 años desencadena en mi organismo una catarsis diurética con tonos bastante neutros; el ron edulcora mi orina con un bouquet dulzón que empalaga hasta los pigmentos de las paredes y/o el pegamento del papel tapiz; la ginebra londinense es la única bebida que no llego a orinar, sino que la sudo, dada la metabolización tan rápida que de ella hace mi cuerpo.


(CAPÍTULO 1)

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