
Quienquiera regodearse con sus datos precisos tendrá que buscar en exalead o en ask, ya que aquí no obtendrán información. Este post es un homenaje hipersubjetivo a
Max Stirner (quien no nació bajo ese nombre). Escorpio igual que yo (aunque sea mi signo zodiacal de concepción y no el natal, ¿eh?). A Stirner lo conocí merced a Angélica Zurita, esa muchacha ostentosamente singular que llegó una tarde de 1976 a la sección "única" del quinto año de humanidades del liceo Aplicación, en aquel recinto que antes había sido el viejo hipódromo de El Paraíso. Angie —la rebautizamos así por la canción de los Stones— enseguida se integró al grupúsculo que formábamos Luisfer, Tamo, Anamaría, Nancy y yo. Poco después, al concluir el bachillerato, Angélica se tornó chaguaramesca putativa en los predios de la calle Codazzi en promiscuidad cartográfica con la avenida Universitaria, entre el clon de la basílica de san Pedro y la plaza de las 3 gracias. Allí, en los altos de la sastrería Pascarelli, Guido, Yadro, Mario, Eloy, Mildred, Sheila, Gregor y otros tantos versionábamos "Rapsodia Bohemia", incordiando todos los registros (pero me estoy plagiando varios textos de ficción autobiográfica en estas líneas).
Angélica fue quien me obsequió a Stirner: un libro en rústica impreso en 1974 por editorial Labor. Se trata de
EL ÚNICO Y SU PROPIEDAD que atesoro no en mi breve biblioteca de madera de pino barnizada, sino en gavetas y aposentos de mayor privacidad, a salvo del polvo y de la luz del trópico.

Total, que en este paisaje de Bayreuth nació Stirner en 1806 y 38 años después publica palabras de semejante calibre:
“Escribo porque quiero dar existencia en el mundo a ideas que me son propias. Si yo previese que tales ideas fueran a arrebataros la paz y el reposo, si en esas propuestas que siembro viese los gérmenes de ideas sangrientas y una causa de ruina para nuevas generaciones, no las esparciría menos. Haced de ellas lo que queráis, haced lo que podáis, eso se asunto vuestro y por ello no me preocupo”.